Bienvenidos rondadores de las sombras de nuestros sueños.

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Con la finalidad de pasarlo bien, os invitamos a que os adentréis a "Origen de la Realidad" y espero que nuestras historias te enganchen y nos veamos a menudo. Se bienvenido.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Anima: Historia de Gabriel


Gabriel, desde que vino al mundo sabía que su papel en el mundo era pelear. Nacido en barrios humildes de la capital de Remo, lo único que había conocido siempre era la lucha y la pelea para sobrevivir, pero nunca lo había hecho con un motivo concreto, cosa que le consumía por dentro. Toda el tiempo buscaba un objetivo por el que luchar que no fuera defender su propia existencia. Esa motivación se la dio el ejército. Palabras como el honor, el compañerismo, la lucha por la libertad, por los ideales y por la justicia era lo que Gabriel buscaba tan desesperadamente. Un niño huérfano, cuyos padres le habían abandonado, ahora podía buscar un objetivo más elevado, tener una familia y protegerla, peleaba por los desvalidos, no por un mendrugo de pan. Tenía compañeros que le guardaban las espaldas y que le llamaban hermano. A sus 19 años con una complexión de un hombre adulto, una fuerza y unas habilidades de combate propias de un comandante, Gabriel se alisto en las filas como cadete y recibió instrucción militar durante dos años. Deberían haber sido tres, pero el conflicto con Abel estallo y se requirió que todas las fuerzas de combate se dirigieran al frente.

Gabriel debía ser en ese momento de los pocos que no tenía miedo, cosa incompresible, porque era bien sabido por todos los que se dirigían al combate que esa batalla era una muerte segura, los ejércitos de Abel eran mucho mayores y estaban más preparados, se estaban enfrentando a un imperio y la derrota era un hecho. Serían aplastados como insectos, sin ninguna piedad, barridos del mapa y sus cadáveres serían el abono que cubriría los campos a la mañana siguiente. Pero eso a Gabriel le importaba bien poco, mientras pudiera pelear por una causa, ya que si eso era algo grande, morir por ello era todavía algo mucho mejor, algo con lo que soñaba. Convertirse en leyenda.

Pasaron por un pueblo fronterizo, seguramente sería el primer punto de ataque y acabaría devastado en cuestión de segundos. Sus habitantes lo sabían y por eso intentaban escapar del lugar, aunque no lo lograría a tiempo, ejércitos de Abel estaban muy cerca. Sin embargo, el ejército estaba en ese momento atravesando la localización. Harían de empalizada, de carnaza, para darles tiempo a escapar mientras ellos usaban sus cuerpos como barrera. Gabriel no podía estar más feliz. Mientras pasaba al lado de familias y de jóvenes enamorados se decía a sus adentros: “Muero por ti, muero también por ti y por ti también pequeño bebe… gracias a mi tendrás una vida… mi vida tiene algún sentido”. Nadie más tenía ese ánimo por entrar en la batalla. La mayoría estaban aterrados, todos conocían cual iba a ser el resultado final de la batalla y nadie quiere morir por mucho que sea para proteger a familias inocentes y a niños pequeños, a excepción de Gabriel claro. Muchos pensarían que no deseaba vivir, pero lo cierto es que ese momento era lo que le daba la vida, estaba más vivo que nunca. Consideraba que todo su pasado era como si hubiera estado muerto y se prometió a si mismo que nunca volvería a ellos, antes prefería perder la vida, muriendo por algo, que vivir como un muerto por nada.

Cuando llegaron al campo de combate las cosas fueron mucho peores, ya que los ejércitos eran mucho más numerosos de lo que podían haber imaginado y venían con la intención de arrasar sin dejar supervivientes. Cuando la sombra de cientos de espadas al alza se empezaba  atisbar por el horizonte y el ruido de cientos de pasos anunciando la batalla inminente ensordeciendo el valle, en ese momento, el miedo a morir termino quebrando la voluntad de los ejércitos de Remo que decidieron tocar en retirada y agruparse cerca los valles interiores donde tenían más posibilidades de emprender batalla. Eso a Gabriel le partió el alma

-¡¡¡Hermanos!!! Si huimos ahora el pueblo que acabamos de pasar y tantos otros serán totalmente arrasados, debemos plantar batalla aquí, ¡¡¡DEBEMOS ESTAR UNIDOS!!!

No surtió efecto. Según se aproximaban las fuerzas enemigas, los hombres de Remo, tiraban sus armas y huían a la carrera. No les importaba el pueblo, no les importaba las familias de allí, no les importaban los niños y ni mucho menos les importaba Gabriel.

Con la espada en la mano y temblando de pies a cabeza, Gabriel, vio como todos a los que consideraba su familia huían sin mirar atrás, sin preocuparse de si él les seguía, simplemente les daba igual. Gabriel nunca había conocido lo que era tener una familia, pero estar en el ejército le había dado lo más cercano a algo parecido a eso, había descubierto la camaradería y la amistad, sin embargo… ¿Dónde quedaba ahora eso? ¿Cuándo la muerte está cerca, nada importa?

Cuando estaba a punto de tirar su arma y escudo y arrancar a la carrera para seguir a sus compañeros se dio cuenta de que estaba rompiendo su promesa de no volver nunca a la vida que había dejado atrás. Si escapaba perdería el motivo por el que vivir, y ¿De qué sirve vivir si lo haces sin motivo? Y le habían arrebatado incluso su motivo para morir, porque no conseguiría salvar a las gentes del pueblo, ya que él solo no podría presentar batalla el tiempo suficiente para que las gentes del pueblo se pudieran salvar. Todo estaba perdido, una muerte en vano le sonría y le llamaba. Y a pesar de todo, decidió que no seguiría vagando por el mundo sin motivo, era hora de plantar cara al destino, aunque el destino se presentara como una batalla imposible contra un océano de desesperanza.

Dio la espalda y comenzó a correr hacia la masa enfurecida de soldados, con su espada enarbolada en alto y vociferando, un grito de guerra sacado de lo más profundo de su alma que hizo, que por un momento, el ejercito contrario se quedará helado, confuso, al ver como ese loco, en vez de darse la vuelta, se encaraba contra ellos con una furia en la mirada implacable.

Los arqueros dudaron pero terminaron dejando que sus cuerdas se destensarán y que las flechas rasparan el aire con su silbido. Una lluvia de proyectiles cayó sobre Gabriel que se protegió a duras penas con su escudo que no pudo evitar empezar a sentir las punzadas de las flechas atravesando su piel: en el hombro, en la zona del costado derecho, en la pierna izquierda... pero ni siquiera eso le detuvo. Al final alcanzo al ejército que también iba a su encuentro, les miró de frente y tirando su escudo, cogió su espada con las dos manos y como una roca que detiene el envite de una ola, eso hizo Gabriel con la marea de gente. Luego todo fue confusión. Repartía tajos a todos lados, a veces buscando un órgano en concreto, otras veces solo quebrar un arma. La sangre se derramaba como una fuente que emanaba de los cuerpos que por desgracia se cruzaban en el camino de la espada de Gabriel. No es que Gabriel no recibiera daños, ciertamente un cuerpo normal no habría resistido más de una estocada, pero por alguna razón Gabriel se negaba a caer, todavía no. Su cuerpo estaba totalmente ensangrentado, no había una zona que no hubiera recibido un corte, o que ahora estuviera siendo cubierta por sangre de otras heridas abiertas.

Gabriel ya no podría razonar, la batalla se había adueñado de su mente, no veía... la sangre de sus enemigos le tapaba los ojos. No podía oír... los gritos de los caídos por su arma eran demasiado fuertes. No sentía... su umbral de dolor se había superado hace mucho. Fueron cuatro las espadas que de golpe le atravesaron el pecho y costado. Gabriel empuño firmemente la espada con su mano derecha, que era la única que todavía le respondía y dio un tajo circular sesgando las gargantas de esos últimos soldados que le habían alcanzado. Y mientras caía al suelo sobre su espalda y miraba al cielo, rogaba porque las gentes del pueblo hubieran podido huir, se maldecía por su debilidad de no haber podido aguantar un poco más y sobre todo maldecía a esos traidores a los que había llamado alguna vez amigos y a esos soldados que atacaban sin motivo a sus gentes y lo comprendió, él no era diferente, el ejército te da una falsa quimera para pelear, pero es todo mentira. Todo lo blanco es negro y todo lo negro blanco, de sus pulmones encharcados en sangre expulso un último grito de desesperación, odiando la guerra, odiando a los soldados, odiando con mucha fuerza a sus compañeros que le habían abandonado en la batalla y que le habían hecho creer en falsas ilusiones y sobre todo odiándose a sí mismo por ser tan estúpido y por no entender antes el sentido del mundo.

Debería haber expirado, haber muerto y dejar este mundo, pero Gabriel no lo hizo, parece que lo suyo no era morirse, debajo de una pila de cadáveres pasó el tiempo respirando con dificultad y concentrándose en mantenerse consciente. El ejercito paso a su lado y lo ignoró, porque era imposible que siguiera vivo, pero lo estaba. Un buen número de hombres cayeron ante la determinación de Gabriel, pero eso no fue suficiente para detener el ejército, aunque el rastro de cadáveres era lo suficientemente numeroso para desmotivar a cualquiera. El avance continúo y el pueblo fue totalmente arrasado. No sobrevivió nadie. Contaban con un tiempo que no tuvieron.

Varios días después llegó Gabriel al pueblo, totalmente destrozado, pero con la capacidad de moverse, aunque cualquiera se preguntaría que fuerza de la naturaleza le permitía seguir en pie. Los cadáveres se repartían por todos lados, la escena era descorazonadora y dantesca. Decidió que lo último  que podía hacer por ellos era darles sepultura. Buscando una pala se fijo en un detalle, un joven recién casado al que Gabriel había conocido cuando pasaron por el pueblo, coincidiendo justamente en que estaban celebrando las nupcias, ahora se hallaba muerto en el suelo con una espada en su mano y un cadáver justo a su lado. Era su mujer, estaba claro que había muerto defendiéndola, pero Gabriel no podía entenderlo, ese joven no había cogido una espada en su vida. ¿Qué le había motivado a empuñar una espada e intentar proteger a su esposa, sin haber recibido nada de adiestramiento militar mientras que sus compañeros, soldados expertos, habían salido huyendo como cobardes?

¿Era el amor un motivo tan poderoso que había sido capaz de darle fuerzas a alguien que no las tenía? Esa escena de gente intentando proteger a sus familias y a sus seres queridos se repetía por todo el pueblo. Gabriel no podía evitar que amargas lágrimas se derramaran por sus mejillas mientras enterraba aquellos cuerpos de verdaderos valientes, de gente que tenía algo que proteger, de gente que había encontrado su destino y su lugar en el mundo. Había una mezcla de sentimientos dentro de Gabriel, una mezcla entre compasión, pena y tremenda envidia. El sabía que no podría encontrar lo que esta gente había tenido, amor, cariño, familia, lealtad y confianza. El solo era un asesino que pasaría sus días vagando por el mundo como mercenario de fortuna, en fin, la moral para él ya era una línea difusa que no le preocupaba cruzar cuando fuese necesario, ¿Quién iba a interesarse por él?

Pero, si de verdad encontraba alguien a quien importarle ¿Qué haría? El pensamiento de poder encontrar algo tan puro le motivaba a andar y a encontrarlo… ¿Podría ser que de verdad tuviera alguien a quien proteger? ¿Una familia? ¿Un grupo de amigos con el que trabajar juntos espalda con espalda? ¿Una lealtad que te diera fuerzas? ¿Un amor que te impulsará a pelear?

Mientras estas dudas se instalaban en el corazón de Gabriel, el pasó 10 años haciendo de matón y de mercenario, hasta que la conoció a ella... y al resto y encontró algo a lo que llamar realmente familia. No moriría mientras pudiera protegerlo.

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