Cuando la vida te da la espalda, ¿quedan motivos para vivir? En la prisión de Black Death, era imposible responder a esa pregunta. El problema residía en saber si estabas o no vivo, ya que, nada te diferenciaba de un cadáver. Tu existencia era insignificante, como un grano de arena en medio de una playa, una lágrima en medio de la lluvia o como uno de los millones de tornillos que componían esta gigantesca fortaleza, única entre las prisiones, una fortaleza voladora.
Siempre en movimiento, nunca quieta, jamás se posaba en el suelo, recogía suministros desde las alturas y se abastecía de ellos y nunca ningún preso era indultado. La única liberación era la MUERTE, y esto ya había sucedido demasiadas veces… tantas, que ya no quedaba ningún superviviente de los presos originales, solo sus descendientes seguían vagando solos, abandonados y olvidados en una fortaleza tan grande como una ciudad. Gloria de tiempos pasados y que en la actualidad se caía a pedazos.
Durante la guerra del caos se decidió dar un castigo ejemplar a los del bando contrario y se encerró a toda la ciudad que había sido la sede del bando perdedor. No se perdonaría a nadie, todo el mundo sería castigado… TODOS. Los ganadores usaron toda la tecnología creada para la guerra, junto con todo el poder conseguido, para formar un símbolo que representara su inmensa victoria y que disuadiera a sus enemigos de revelarse, un símbolo para aplastar las ilusiones de la gente y acabar con su espíritu. Una cárcel, cuyo objetivo era castigar a toda una población, y que no solo ellos cargaran con la culpa, sino que sus hijos tendrían que nacer en la prisión, y desde ese momento pasar a formar parte del grupo de condenados que no tenía otro futuro que morir y hacer cargar con su maldición a sus descendientes. Esa es Black Death.