Gabriel, desde que vino al mundo sabía que su papel en el mundo era
pelear. Nacido en barrios humildes de la capital de Remo, lo único que había
conocido siempre era la lucha y la pelea para sobrevivir, pero nunca lo había
hecho con un motivo concreto, cosa que le consumía por dentro. Toda el tiempo buscaba un objetivo por el que luchar que no fuera defender su propia
existencia. Esa motivación se la dio el ejército. Palabras como el honor, el
compañerismo, la lucha por la libertad, por los ideales y por la justicia era
lo que Gabriel buscaba tan desesperadamente. Un niño huérfano, cuyos padres le
habían abandonado, ahora podía buscar un objetivo más elevado, tener una
familia y protegerla, peleaba por los desvalidos, no por un mendrugo de pan.
Tenía compañeros que le guardaban las espaldas y que le llamaban hermano. A sus 19
años con una complexión de un hombre adulto, una fuerza y unas habilidades de
combate propias de un comandante, Gabriel se alisto en las filas como cadete y
recibió instrucción militar durante dos años. Deberían haber sido tres, pero el
conflicto con Abel estallo y se requirió que todas las fuerzas de combate se
dirigieran al frente.
Gabriel debía ser en ese momento de los pocos que no tenía miedo, cosa
incompresible, porque era bien sabido por todos los que se dirigían al combate
que esa batalla era una muerte segura, los ejércitos de Abel eran mucho mayores
y estaban más preparados, se estaban enfrentando a un imperio y la derrota era
un hecho. Serían aplastados como insectos, sin ninguna piedad, barridos del mapa
y sus cadáveres serían el abono que cubriría los campos a la mañana siguiente.
Pero eso a Gabriel le importaba bien poco, mientras pudiera pelear por una
causa, ya que si eso era algo grande, morir por ello era todavía algo mucho
mejor, algo con lo que soñaba. Convertirse en leyenda.