Habían oído mil veces cómo era, les habían contado historias, la Biblia lo explica en sus textos, lo habían visto en videojuegos, en películas, pero jamás habrían imaginado que el Infierno era tan sumamente cotidiano y a la vez tan horrible. Las enormes calderas del fuego eterno no era más que un mito, las cavernas interminables eran enormes rascacielos, los Demonios parecían perfectamente humanos la mayoría. Allí estaban, en el Infierno y sin embargo les daba la sensación de encontrarse en una ciudad como Nueva York.
La noche aquí es eterna, la ciudad nunca duerme. Los Demonios aquí se matan cada día, o se alimentan de otros, o fornican entre ellos, daba igual el lugar. La corrupción y la decadencia estaban a la orden del día, y sobre los enormes rascacielos, en contraposición con el resto de la ciudad, se elevaba un enorme castillo hecho completamente de obsidiana, mucho más alto que cualquiera de los demás edificios. Las torres estaban adornadas por todo tipo de figuras de aspecto demoníaco, o al menos ese es el aspecto que los jóvenes intrusos consideraban que debía tener un Demonio. Seres terroríficos, con cuernos y alas de murciélago observaban impasibles el mundo oscuro que tenían debajo.